A finales de febrero del 2012 conocí a Don Orlando Urquijo, un vendedor ambulante de libros técnicos entre Tunja, Villavicencio, Arauca y Yopal. Hicimos buenas migas. Le gustaba la historia y algo de filosofía. Me dijo que no entendía la poesía.
Cada mes le fui comprando libros desde bibliotecología, a quienes nos veía muy estirados y sin enjundia, hasta historia, algo de política, y aunque no entendía la poesía, olfateó algunas joyas.
Un roble, no le recuerdo gripas y me hablaba de esta tierra mejor que de Mesitas del Colegio o de los pueblos de Cundinamarca. Un día me dijo que creía que los paisas éramos como el innombrable. Le pedía a Dios vivir para ver el final de «ese» y me hacía hablar de los otros Uribes, de los que la historia se admira, él, que no entendía de poesía.
Te resumo Gladis, Don Urquijo fue como Adriana Gómez de Simsalabim allá en esa Medellín del Alma mía. Estando aquí supe que un cáncer se alzó la humanidad de Adriana y el norte de una librería donde iba como a mi casa. Don Urquijo me traía de Bogotá o me enviaba libros de Pailo Freire, Ernesto Cardenal, Carlos Fuentes, Carmos Ruiz Zafón, Alfonsina Storni, Jaime Jaramillo Escobar, Walt Whitman. También de caricatura y Vladdo y los clásicos de Osina y me entusiasmó con los libros de Juan Gabriel Vasquez. E insistía que no sabía de poesía.
Me pensaba aportar económicamente si me decidía a publicar el libro de los gatos, algo así como los encantos de la magia felina. Los adoraba. Su hija me dijo esta mañana que se despidió de su gato, que en ese momento supo que la pandemia le cobraba su impuesto. Don Urquijo en agosto cumplía un año de trasplante de hígado y todo iba muy bien pero el catorce de este mes le llegó el turno. Sabía que le escribí a la Virgen del Carmen y me dijo que era una errata el no publicarlo. Y no entendía de poesía.
Heredero del librero alemán Hans Buchholz, al cierre de esta, su ayudante se quedó en la séptima y de vez en vez aprendió que en los llanos orientales y la tierra de labranza también se lee.
Desde el 4 de Julio no me contestaba ni al teléfono ni al correo ni al wasap. A la hora del taller hablaba con Cindy del poeta de su papá. Cuando llegué al taller Jaime leía Instantes del ex alcalde poeta que tuvo Medellín.
Gladis, se van los libreros como se me fueron las tías y mi mama (hoy sin tilde) como se fue William Álvarez, colega, el 1 de Julio del 2010. No sé si lo conociste. Con él aprendí a leer a José Manuel Arango y sus Cantigas. Pido al cielo por una Bonita tarde para los que seguimos aquí al paso de la poesía, poco importa sino la entendemos.
Por: Luis Emiro Álvarez
QEPD. Estoy endeudado con este hombre silencioso y a su modo muy generoso. Creo que, sin él, no echo raíces en Yopal. No sé vivir sin libros. Y él me alcahuetió esta debilidad.
