
Cuando me lo propusieron lo pensé por muy poco tiempo, quizás 30 min o así y me dije, si digo que no, me voy a arrepentir toda la vida.
No tenía mucho que perder, más que el miedo al irme con alguien que apenas conocía, muy poco equipaje y mi bici, desde la ciudad donde nací hasta la ciudad donde vivo ahora.
Sería un viaje de dos días, más de 20 horas pedaleando y 320 km. Por ahí dicen, “Hazlo, si te da miedo, hazlo con miedo” y así fue como salí el viernes 3 de junio de 2016 a las 5:15 am de Bogotá. El primer reto era salir de esta ciudad, en medio del tráfico y coronar la Caro, de allí seguiríamos hasta El Sisga.
Desayunamos y seguimos, de ahí en adelante no conocía la ruta, bajamos hacía Guateque pasando por Macheta, entonces para mí todo era nuevo e ir descubriéndolo sobre mi bicicleta, era aun mejor. Fuimos durante 40 km bordeando el río Guatanfur y viendo termales a lado y lado.
La carretera estaba vacía, pasamos por Guateque y almorzamos en el único restaurante de la carretera, en la vía que va para el páramo de Mamapacha y Garagoa. Todo era tan tranquilo, ya habíamos recorrido cerca de 115 km y estábamos perfectos, con ganas de encontrarnos pronto con el embalse rodeado de las impresionantes montañas cubiertas por un bosque denso y casi virgen.
El clima era maravilloso, pero amenazaba con lluvia y así fue, el aguacero nos hizo parar y refugiarnos durante unos minutos en una parada de bus, donde conversamos un rato con un señor y su hijo.
Como no parecía que fuera a parar de llover, decidimos continuar así. Yo solo esperaba ver pronto el embalse y pasar por los túneles que son bien divertidos y es uno de los atractivos de la ruta. Esta es otra sensación, plena oscuridad, roca y agua que cae a chorros en su interior, toda una gozada.
Por fin llegamos a Santa María a eso de las 4 pm, yo empecé a sentir hambre y un poco de nervios, pues sabía que venía un descenso destapado y que seguramente estaría muy embarrado, cuando fuimos entrando a San Luis de Gaceno, nuestro destino de la primera jornada, ya había vuelto a salir el sol y cumpliríamos 12 horas en la bici, llenos de barro Luis chocó mi mano y nos sentimos muy satisfechos, habían sido 176 km de pura felicidad.
Como no tenía más que la ropa de dormir, toco lavar la ropa sobre mi e ir por un par de cervezas mientras el pueblo alborotado veía a la selección Colombia, nosotros obviamente no llegamos al final del partido, el cansancio nos pudo.
Al día siguiente salimos muy temprano, hacía frío y mi ropa, aunque “limpia” estaba mojada, esa parte del recorrido fue preciosa, la niebla se estaba levantando, hacía fresco y la carretera estaba vacía, al lado derecho un río que podía ser el Upia y un bosque bonito, después de una parada relámpago a comer mangos recién caídos empezamos a descender y aparece en frente, por primera vez el llano, habían sido más de 200 km de pura montaña y esa imagen me conmovió.
En teoría lo que quedaba era plano, y breve, pero el sol no se haría esperar. De Monterrey a Tauramena recorrimos unos 40 km sin un árbol, fue un tramo difícil que de plano no tenía nada.
Ya en Tauramena habría sido casi que un reto cumplido, mi compi hasta allí llegaba, yo quería llegar ese día a Yopal, así que no espere mucho, foto reglamentaria y arranqué por mi cuenta.
A los 5 min, se me acerca una moto y me asusta, otro de los locos que anda suelto en bicicleta, mi amigo Elkin, que supo que pasaba por su pueblo y no dudo en alcanzarme y tomarse un jugo de piña conmigo en El Venado.
Bueno y ahora sí, me esperaban 70 km de sol, resistencia y soledad, como era un tramo que había recorrido tantas veces en carro, comencé a desesperarme, eran las 2 pm y hacía un día como de verano, 32ºC era poco, lo juro, así que decidí ponerme metas cortas.
En Aguazul paré por una soda que se me fue por la nariz, de lo rápido que me la tomé, y me encontré con Blanquita otra ciclista de Paipa, con quien había estado el fin de semana pasado, se sorprendió de mi color entre rojo y morado y me dio ánimo a seguir.
Ahhh pero antes de este encuentro, en pleno ascenso, me encontré con un compi de Iza (el pueblo de mi abuelo), Marío, que venía desde Sogamoso pedaleando, este fue un encuentro emocionante aunque fugaz, solo nos gritamos el nombre y ninguno de los dos tuvo tiempo de parar.
Retomé fuerzas y pedal por ver el Charte, allí no paré, pero la verdad en mi cabeza aparecía las palabras de Alain (un cicloviajero francés que se había hospedado en mi casa semanas antes, y del que aprendí mucho), “si sientes que no puedes más, no tiene nada de malo subirse a un bus y continuar”.
Pero no, faltaban menos de 15 km, tenía que lograrlo. En la Guafilla, un pedazo de piña y un poquito de sombra me dieron energía para continuar, allí llamé a María, mi hermana y le puse cita en 15 min en la tienda de la esquina de la casa, había que celebrar.
Y así fue como llegué a Yopal, cuando iba entrando por la marginal me sentía triunfante, nadie al rededor sabía lo que había hecho, pero yo sentía como si fuera entrando a una meta llena de espectadores, a las 4:25 pm, tal y como estaba planeado vi a mi hermana llegar para compartir conmigo la satisfacción del reto superado!
De las cosas bonitas, resaltables de esta micro aventura:
- Tomar la decisión, enfrentar el miedo y atreverme.
- Empacar todo lo que podía necesitar en un canguro de unos 3l centímetros de capacidad y cargarlo conmigo en la cintura durante todo el viaje.
- Confiar en otro loco que apenas conocía, disfrutar de su compañía, compartir solo sonrisas (aunque en el fondo los dos teníamos miedo) y genuinidad.
- Conocer, Colombia es infinita…
- Tanto tiempo sola, sintiendo el cuerpo, la mente, el viento, la lluvia, los olores a leña, a diesel, no con durazno, sino con mango.
- Encontrarse amigos por el camino, cual sola, más acompañada que el carajo.
- Ver el llano después de tanta montaña y el agua constante corriendo por todo lado
- Mis papás, especialmente mi mamá apoyándome, cocinándome la pasta la noche anterior, madrugando a las 4:30 am a despedirme y darme la bendición, aguantándose las ganas de decir, por favor no lo hagas.
¡Gracias compi Luis Fer, se le recordará siempre!
Por: Andrea Barrera
