“Lo he visto más alejado, esta como triste, sale de su habitación sólo a comer, no sostiene la mirada y solo habla si se le pregunta, pareciera que no disfrutara hacer nada, come muy poco y no duerme bien, está en modo avión, presente en cuerpo, pero ausente en alma”. Así se observa la depresión.
No hay nada más doloroso que sentir el sufrimiento día a día del alma, intentar estar bien y fracasar en cada intento, sentir que se está en una habitación totalmente negra, donde no se ve escapatoria, donde parece no haber salvavidas, donde la situación es lo único que parece ser real y donde la cabeza no deja de pensar, una y otra vez, lo mismo.
En Colombia, cada día, seis personas deciden quitarse la vida, en el mundo, cada 40 segundos alguien se suicida, al año son 800.000 muertes de una causa prevenible.
Dice el conocido refrán “perro que ladra no muerde” pero en este caso PERRO QUE LADRA SÍ MUERDE, porque la conducta suicida es un proceso progresivo, en donde las personas dan señales de que no están a gusto con su existencia.
Empieza con un pensamiento, una idea, una intención de morir, fugaz, instantánea pero que no se va del todo, se va estructurando en la cabeza de esa persona, hasta darle forma, planearla, meditarla y hacerla.
Y así como el pobre no es pobre porque quiere, el que esta depresivo no está depresivo porque quiere. Aquí es necesario diferenciar la tristeza, una emoción básica y necesaria para el ser humano, de la depresión, ese malestar constante en el tiempo que involucra el estado de ánimo, la manera de pensar y el funcionamiento cerebral, debido a que orgánicamente, la química del cerebro se modifica y su estructura se puede ver afectada, impidiendo que neurotransmisores como la serotonina, la noradrenalina y la dopamina segreguen adecuadamente para estabilizar el estado de ánimo, lo que significa que, así quiera con todas sus fuerzas sentirse bien, no lo consigue.
No he encontrado persona que me diga “me gusta sentirme mal”, de hecho, a nadie le gusta estar triste, nadie disfruta llorar todas las noches ni aislarse de las personas que ama, ni sentirse una carga. Lo que sí he encontrado son personas que no se acostumbran a ese estado y quieren sentirse mejor, que anhelan la felicidad y no se rinden, sino que luchan día a día por mantenerse firmes y aferrarse a la vida.
Si podemos hacer algo es identificar cuando alguien está pasando por un momento difícil emocionalmente, acompañarlo y ayudarlo a encontrar la salida.
Permitirle que exprese libremente lo que piensa, lo que siente y reelaborar esa realidad de forma más funcional, hacerle sentir importante y valioso, abrazarle en lugar de aislarle, hacerle sentir perteneciente a una familia, a un grupo de amigos, llevarlo con un profesional en psicología o psiquiatría para disminuir ese malestar y encontrar una manera más adaptativa y funcional de interpretar la realidad.
Si podemos hacer algo es no acostumbrarnos al suicidio, no normalizar la conducta suicida, porque no es normal ser infeliz, ese no es el propósito de la vida.
Recuerde que las emociones son públicas pero los pensamientos son privados y si usted es el perro, por favor no muerda y si usted es el que escucha el ladrido, por favor ayude.
Gissela Pérez Santos
