
Colombia es un país inteligentemente torcido, que reclama con urgencia su enderezamiento físico y mental, no sólo por parte del Gobierno sino de todos sus habitantes. Gabriel García Márquez, en su discurso ante la Misión de Ciencia, Educación y Desarrollo, lo dijo: “en cada uno de nosotros cohabitan, de la manera más arbitraria, la justicia y la impunidad; somos fanáticos del legalismo, pero llevamos bien despierto en el alma un leguleyo de mano maestra para burlar las leyes sin violarlas, o para violarlas sin castigo. Llegado el caso – y Dios no libre- todos somos capaces de todo”.
Las cifras sobre maltrato infantil, violencia intrafamiliar y violación de menores son escalofriantes, según el ICBF y la Fiscalía: diariamente son violados 34 menores al interior de sus hogares, en el año 2019 hubo 28.000 denuncias por delitos sexuales contra menores, donde el 72% se archivaron, en el 2018 hubo 100.000 denuncias por violencia intrafamiliar. Colombia ocupa el quinto lugar en América Latina de impunidad global.
Si se comprueba que los soldados violaron a la niña de la comunidad Embera, se daría la conducta señalada en el artículo 205 del Código Penal, que tiene una pena de 12 a 20. Si hubo consentimiento de ella, las cosas cambiarían. No se necesita una cadena perpetua, sino una pena efectiva.
Este país hay que enderezarlo, para lo cual propongo lo siguiente:
1.Los sacerdotes y los pastores en las diferentes iglesias pueden ayudarnos con una actividad pedagógica, con estos tres mandamientos: no matarás, no robarás, no maltratarás a nadie, incluyendo a la naturaleza. Igualmente, en todo matrimonio católico o civil, en vez de echarles arroz, que está bien costoso, asistir a cursos de capacitación sobre violencia intrafamiliar, convivencia ciudadana, código de infancia, inasistencia familiar, entre otros. 2.Los maestros, desde el jardín, enseñarles a los niños sobre estos tres mandamientos: no matar, no robar, no maltratar.
Mientras tanto, el Congreso de la República puede tramitar el proyecto de ley que impone la castración química que ha venido dando tumbos desde cuando la propuso, el senador Moreno de Caro, y que hoy abandera como llanera solitaria, la senadora Maritza Martínez Aristizábal. Sin embargo, soy partidario de una castración más bien física, con exhibición del órgano genital, al estilo de Luis XVI en la Revolución francesa, para una mejor evidencia de la prueba ante un público incrédulo y sediento de justicia.
Por: Francisco Cuello Duarte